
Esto también pasará. La impermanencia o el arte de…
Manuel se encuentra desolado tras la muerte de su mujer. Han pasado ya cuatro años y nose siente capaz de seguir adelante. La nombra cada día y, a veces, tiene lafantasía de que no se ha ido.
A Elena la despidieron del trabajo hace un año,no ha conseguido otro empleo y sigue resentida por como se la trató en su antigua empresa.
Maite no es capaz de iniciar nuevas relaciones amorosas. Han pasado dos años desde su ruptura y, aunque fue ella la que puso fin a su relación, sigue pensando en él, cree que se equivocó y que ha cometido un error.
“La mala noticia: nada es permanente.
La buena noticia: nada es permanente”
Seguro que ya conoces a alguien que se encuentra en alguna situación parecida. Todas estas personas tienen en común una cosa: se han quedado atascadas en una fase de sus vidas que no logran superar. Esta es una situación muy común en la que probablemente tu y yo, nos hemos encontrado alguna vez. Es uno de los motivos por los que muchas personas acuden a terapia. No pueden deshacerse de su pasado o cerrar etapas, no encuentran la salida, y como consecuencia su satisfacción con la vida disminuye, aumentando su sufrimiento.
Nuestra sociedad está enferma de apego. Deseamos insaciablemente. Nos apegamos a personas o situaciones, creyendo que son imprescindibles y que sin ellas nuestra vida no tiene sentido. Pero no son las personas o las situaciones las que nos generan apego, son nuestras emociones, que nos dominan y determinan nuestras decisiones.
Mantenernos apegados a estas emociones, esforzarnos por mantenerlas vivas, nos permite no enfrentarnos a la realidad, al vacío o a la soledad, y nos impide hacernos cargo de nuestra vida.
Según la tradición budista, la impermanencia expresa que toda existencia está condicionada al cambio. Nada se mantiene igual. Nada dura. Y, puesto que todas las cosas son transitorias, aferrarse a ellas, es sinónimo de sufrimiento. En nuestra sociedad actual, hemos tomado como permanente, todo aquello que realmente no lo es (relaciones, trabajos, situación económica, etc), incluyendo la vida misma.
Habría que preguntarse que motivos tenemos para seguir aferrados a esas emociones. Quizá tenga que ver con nuestro miedo a la soledad? O me sienta insegura ante la búsqueda de un nuevo empleo? De mis capacidades? Lo que mantiene vivo el apego son nuestros propios miedos e inseguridades, que nos impiden avanzar hacia el cambio, hacia algo nuevo y desconocido. Mantenernos aferrados nos permite sentirnos seguros en lo que conocemos, aunque eso nos haga sufrir.
Abrirse al concepto de impermanencia, además de darnos miedo, nos permite acercarnos a la serenidad y, darnos cuenta de que lo peor que nos puede pasar ya lo estamos viviendo.
“Nada está construido en la piedra. Todo está construido en la arena. Pero debemos construirlo como si la arena fuese piedra” Jorge Luis Borges.
Desapegarse no significa renunciar a nuestros objetivos o metas, no significa dejar de enamorarnos, o de iniciar proyectos, significa que pase lo que pase, disfruto haciendo lo que hago, disfruto en el presente, independientemente del resultado, independientemente de que la relación termine en algún momento. Nos obliga a estar en el ahora, a otra manera de vivir. El desapego se basa en la confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad para salir adelante.
Aceptación es la palabra clave.
La serenidad es abrirse a lo que hay, a la impermanencia, al cambio. Abrirse a la verdad ineludible de que no hay nada a lo que aferrarse cuando sólo hay un movimiento constante.
“Un turista americano fue de viaje, con el único objetivo de visitar a un famoso sabio. El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuarto muy simple lleno de libros. Las únicas piezas de mobiliario era una cama, una mesa y un banco.
- Dónde están sus muebles? – preguntó el turista
- Y dónde están los suyos?- preguntó el sabio
- Los míos? Pero si yo estoy aquí de paso – respondió el turista
- Yo también – concluyó el sabio”